Todo empezó un jueves del mes de mayo, allá por el año 2.016, en la muy noble y celebre villa de Husillos, a la que más tarde llamarían Husillos[1] de los dos Concilios. Allí estábamos reunidos los de casi siempre, tomando un generoso vermut de Tito Pepe, y esperando a que llegara el último y ponernos a comer uno de los clásicos menús con el que nos regalaba el anfitrión.
[1] Concilio de Husillos; fue un concilio de la Iglesia católica de los reinos de León y Castilla celebrado en el año 1088 en Husillos, bajo el pontificado de Urbano II, presidiéndolo el Arzobispo de Toledo, el Arzobispo de Aix (Provenza) y el cardenal Ricardo, Abad de San Víctor de Marsella. Asistieron once obispos, el monarca Alfonso VI, y como anfitrión el poderoso Pedro Ansúrez, Conde de Monzón. En este Concilio, se debatieron tres cuestiones muy importantes, como el reconocimiento del Arzobispo de Toledo, como Primado de toda España. La restauración de la diócesis de Osma, con unos nuevos límites y el nombramiento de un obispo cluniacense, que con el paso del tiempo será recordado como San Pedro de Osma. En el año 1104 se celebró otro concilio en Husillos, en el cual sólo se sabe que fueron publicados y reconocidos los derechos metropolitanos.
De picoteo, embutidos, aceitunas y unas rodajas de tomate aderezadas con picadura de ajo crudo, perejil y regado abundantemente con un excelente aceite de oliva virgen extra también del Tito Pepe, para pasar al plato estrella. Cangrejos, preparados de dos maneras, una al estilo clásico y la otra más contundente con sofrito de tomate, y como el día era fresquito nos endilgamos unos sabrosos entrecot a la brasa. Todo muy rico, acorde con esta dura, austera, pero muy sincera tierra, y basado en los excelentes productos de aquí y sus tradicionales ingredientes, dos como mucho, ajo y mucha paciencia.
Los cangrejos, nos los trajo un paisano del norte de la provincia, y nos contaba que eran autóctonos (austropotamobius italicus), el de toda la vida. Bueno en realidad tampoco es así, porque ese cangrejo fue introducido, por expreso deseo de Felipe II desde Italia, según un estudio realizado por el CSIC en la Estación Biológica de Doñana por Miguel Clavero y luego ratificado por varios estudios genéticos. Según cuentan, buenas peleas le causo a nuestro monarca, hasta que en 1.588, el Gran Duque de la Toscana, ordenó el envío de un cargamento de cangrejos con destino Madrid.
A lo largo de los siglos XVII y XVIII, los cangrejos de río se introdujeron en la Meseta Norte y el Valle del Ebro. La expansión de la especie se intensificó, ocupando prácticamente todas las zonas calizas de la península Ibérica. Hasta que a finales de los años 70, por el envite de la afanomicosis y la degradación de los ecosistemas fluviales, causo la práctica desaparición del llamado cangrejo autóctono.
Se supone, aunque no hay datos contrastados científicamente, que la afanomicosis fue introducida, mediante las importaciones de especies americanas portadoras de la enfermedad, realizadas en los años setenta. Conviene reseñar que las primeras mortalidades masivas, diagnosticadas como brote de afanomicosis, se produjeron en dos focos distintos y próximos a los lugares, donde se efectuaron las primeras introducciones con especies originarias de Norteamérica: una con cangrejo rojo (procambarus clarkii), introducido en Badajoz y Sevilla entre 1.973 y 1.974, y otra con cangrejo señal (pacifastacus leniusculus), introducido en Guadalajara, Cuenca, Soria y Burgos. Ambas especies de cangrejos americanos son conocidas portadoras y vectores de la afanomicosis.
La posibilidad de que el cangrejo de río, no fuera nativo de España, ya se había planteado con anterioridad. Los primeros estudios genéticos descubrieron, que los cangrejos de la península ibérica, eran muy similares a los del noroeste de la península italiana y, en cambio, tenían muy poco en común con los de Francia. Este patrón espacial es muy extraño y en su momento se interpretó, como una prueba de que los cangrejos habían sido introducidos en España.
Independientemente que el considerado cangrejo autóctono, sea también alóctono, es decir, de otro país. La cuestión es, que siempre he pensado, que comer cangrejos de río en la actualidad, no supone lo mismo que hace 30 años. Mientras el autóctono tiene una cola de generosas dimensiones, una cabeza y unas pinzas relativamente pequeñas, en el caso del americano, los términos se invierten: la cola es pequeña (y menos sabrosa, aseguran los expertos) y la cabeza y las pinzas son mucho más grandes. Consecuencia: «Te comes 20 y ni te enteras«. Y lo mismo que esto opinan todos los que preguntes. que hayan comido cangrejos autóctonos.
Si miras en Internet, para lavar los cangrejos, te dirán lo siguiente: Primero hay que dejar los cangrejos, sin comer ni beber un día como mínimo. Segundo hay que dejarlos en remojo con agua y sal (repetirlo tres veces). Tercero hay que dejarlos en agua, sal y vinagre para limpiar las tripas. Cuarto quitarles el intestino, para ello retorcemos y rompemos la aleta central de la cola y tiramos de ella hasta que salga todo el intestino, para evitar, según dicen que amarguen. Pero como dicen en el pueblo “mariconadas, las justas” y perdón por la palabra, nuestra actuación fue la siguiente.
Quisimos preparar los cangrejos autóctonos con una receta clásica y tiramos del recetario de la abuela, la idea era muy sencilla, del retel al fardel, los pequeños se devolvían al arroyo, del fardel a la pila y unos cuantos chorros de agua después, a la cazuela.
Entretanto ponemos el aceite en una cazuela y lo calentamos. Escurrimos bien los cangrejos para evitar que quede agua y nos salte después, si somos precavidos tendremos preparada una tapadera. Los tenemos unos minutos en la cazuela dándoles vueltas con una cuchara de madera, hasta que estén todos rojos. A continuación añadimos el ajo picado, seguimos rehogando unos cinco minutos a fuego alto. Echamos la guindilla, sal, unas hojas de laurel, perejil picado, un poco de pimienta negra molida y si te gusta el orégano, un poco al gusto y seguimos removiendo durante otros cinco minutos más. Al final ponemos un vasito de vino blanco (o dos, o tres), aunque a mí me gusta más el brandi, yo le añado también un vasito de agua y dejamos evaporar, hasta que la salsa esté a nuestro gusto.
Los comensales, gente curtida en estas batallas de dar buena cuenta de lo puesto en la mesa, como no puede ser de otra manera, entre gente que se viste por los pies, y después de engullir lo dicho. Nos entreteníamos, unos apurando el café, otros degustando el famoso orujillo de hiervas especialidad de la casa, los mas en babia, en fin lo normal, ansiosos que llegara el principal ritual, que no era otro, que la preparación de las copas.
Hay rumores, aunque sin confirmar, que en esta casa la segunda ronda es gratis, decían algunos. Ya con la copa en la mano y todos mucho más relajados, se inició la densa, habitual y prolongada tertulia, sobre lo que surgiera en el momento. Aquel día exageraba yo, como de costumbre, de la gran crisis en la que estaba inmersa la agricultura, después de unos muy buenos años, todo hay que decirlo, hasta el punto que el tema se convirtió en debate principal.
Como siempre que surge el tema de agricultura, en un ambiente fuera del sector, se acaba hablando de; los agricultores están subvencionados, que si reciben dinero sin trabajar, cazaprimas, agricultura de sofá, y cosas parecidas. Este es un comentario que me encrespa especialmente. Quizá la culpa está, en que no ha sido explicada adecuadamente, lo que significa la P.A.C. (Política Agraria Común). Siempre que ocurre esto, nunca he tenido el más mínimo sonrojo, de meter una chapa considerable, relatando hasta la historia más lejana, para que se entienda todo, detallando las diferentes fases por las que atravesó la P.A.C.
La P.A.C. nace en 1.962, cinco años después de la firma del Tratado de Roma, por los seis países que constituyen la inicial Comunidad Económica Europea (CEE). Cuando se creó el mercado común, el sector agrícola de los seis países fundadores se caracterizaba por una fuerte intervención estatal. Para incluir los productos agrícolas en la libre circulación de mercancías, fue necesario suprimir los mecanismos de intervención nacionales y traspasarlos a escala comunitaria.
En el momento inicial, el entorno económico de escasez alimentaria, tras la Segunda Guerra Mundial, justifico el establecimiento de una política intervencionista y productivista, con dos claros objetivos. Primero abastecer a la sociedad Europea de alimentos a unos precios asequibles, y segundo, garantizar un nivel de vida equitativo a la población rural agrícola en todas las regiones de la inicial CEE.
Por ello, la P.A.C. se centró en el establecimiento de medidas dentro de su política de precios y mercados, proporcionando incentivos para que se produjera más, otorgando subvenciones y precios elevados a los agricultores. En este sentido, se concedía asistencia financiera para la reestructuración de la agricultura, mediante ayudas a las inversiones agrícolas, destinadas a garantizar que las explotaciones crecían en tamaño y en capacidad de gestión, tecnologías para adaptarse al clima económico y social de la época y apoyo a las regiones más desfavorecidas.
Dichas medidas dieron sus frutos, a lo largo de las siguientes décadas. Los agricultores cumplieron, haciendo bien su trabajo y aprovecharon las oportunidades. De tal manera, que a partir de los años 80, época en la que España entro en la P.A.C. (1.986), la situación comunitaria se tornó, de una situación deficitaria, pasando por la autosuficiencia, a otra excedentaria. Debido al importante aumento de la productividad, y de las explotaciones agrarias (con las nuevas incorporaciones de países). Se generaron excedentes de los principales productos agrícolas, los cuales debieron exportarse (con ayuda de subvenciones), mientras que otros tuvieron que ser almacenados o eliminados dentro de la UE.
El coste presupuestario de estas medidas fue muy elevado, además provocaron distorsiones en algunos mercados mundiales, y sus consecuencias no siempre redundaron en interés de los agricultores, ni de los consumidores, llegando a ser criticada y hacerse impopular entre los ciudadanos. El mundo se encontraba en los inicios de la llamada globalización, de la sensibilidad y preocupación por el desarrollo sostenible de la agricultura, de su relación con el medio ambiente, y los derechos humanos iban en aumento. La Cumbre de la Tierra, celebrada a principios de los años 90 en Río de Janeiro (1.992) supuso un hito crucial.
En los años 80 y 90 la P.A.C. experimento muchos cambios importantes. Los límites en la producción contribuyeron a reducir excedentes (cuotas lecheras en 1.984 y otras cuotas). Se eliminaron los precios institucionales con respecto a las oleaginosas y proteaginosas y se estableció una compensación de las perdidas, mediante una ayuda directa a la hectárea, lo mismo ocurrió con la ganadería, estableciéndose una prima por cabeza de ganado.
Por primera vez, se hizo hincapié en una agricultura respetuosa con el medio ambiente. Los agricultores tuvieron que prestar más atención al mercado, al tiempo que recibían ayudas directas a la renta, y responder a las nuevas prioridades del público (reforma de 1.992).
Con la Agenda 2.000, se produce otro cambio de orientación de la P.A.C. Se continúa fomentando la competitividad de la agricultura europea, pensando tanto en el abastecimiento interno como en las exportaciones. Se establecen dos pilares, el primero se refiere a las políticas de precios, mercados y apoyo directo a la renta. El segundo añadió un elemento nuevo y esencial: una política de desarrollo rural, que fomentaba muchas iniciativas rurales y al mismo tiempo ayudaba a los agricultores a diversificar su producción, mejorar la comercialización de sus productos y reestructurar sus empresas de forma diferente. Esto es, mantener la producción agrícola y complementarla con actividades paralelas.
Se puso límite al presupuesto para tranquilizar a los contribuyentes, que temían que los costes de la P.A.C. pudieran dispararse. Se abrieron las importaciones a productos agrarios de países en desarrollo, según el acuerdo de “todo menos armas” (2.002).
En 2.003 se acordó otra nueva reforma fundamental, que se centra en el consumidor y los contribuyentes, sin perder el derecho a la percepción de ayudas por parte del agricultor. Se establece el nuevo modelo que incluía dos conceptos novedosos: la disociación y la condicionalidad. La disociación supone la ruptura de la relación entre ayudas y producción y permite/obliga a los agricultores a orientar la producción por las reglas del mercado (ayudas desacopladas). Las explotaciones, para ser rentables, deberán optar por producir en función de la demanda del mercado. No obstante se mantiene una cierta estabilidad de ingresos mediante ayudas directas a la renta.
Se introduce además el concepto de condicionalidad, los agricultores tienen que respetar una serie de normas medioambientales, de inocuidad de los alimentos, de sanidad vegetal y de bienestar de los animales y el incumplimiento de las mismas reducirá las ayudas directas. La inclusión de estos requisitos en las políticas sectoriales agrarias (también ganaderas y pesqueras) supone una importante contribución a las políticas en materia de conservación del medio ambiente en la UE.
El chequeo médico de 2.008, se planteó por la necesidad de dar una mayor legitimidad social a las ayudas y una gestión más eficiente de los recursos presupuestarios. Además, avanzó en la simplificación e introdujo nuevos retos relacionados con el cambio climático, la biodiversidad, la energía y la gestión del agua. Por otra parte, se continúa con la incorporación de subsectores agrícolas y ganaderos al sistema de Pago Único[2], reduciéndose las ayudas acopladas en el seno de la Unión Europea, con el fin de encaminarse a los objetivos marcados por la Organización Mundial del Comercio.
[2] El Régimen de Pago Único, establece una ayuda única por explotación, calculada en función de las ayudas percibidas o a las producciones entregadas en un período de referencia (2000, 2001, 2002) y no subordinada a la producción de ningún producto determinado.
La reforma de la P.A.C. en el periodo 2.014-2.020, busco hacer frente a los nuevos retos a los que se enfrenta la agricultura y las zonas rurales en los próximos años, que a diferencia de periodos anteriores, vienen determinados en su mayoría, por factores externos a la agricultura y por tanto, requieren una respuesta política más amplia.
Se establece un nuevo régimen de pago básico, que sustituye al anterior régimen de pago único. Se establece un pago para prácticas beneficiosas para el clima y medio ambiente, conocido como pago verde o «greening». Asimismo se conceden ayudas asociadas a los productores de determinados sectores que afrontan dificultades. Se añaden dos conceptos fundamentales, el de agricultor activo y la hectárea admisible. Se establece también un régimen para pequeños agricultores, que permitirá reducir las cargas administrativas para el solicitante de las ayudas
Con esta última reforma, se amplían los objetivos de su creación, resaltando los siguientes: Mejorar la calidad de los alimentos europeos y garantizar la inocuidad alimentaria. Asegurar la protección del medio ambiente en beneficio de las futuras generaciones. Mejorar las condiciones sanitarias de los animales y su bienestar.
Si bien, a pesar de lo indicado anteriormente y en contra de las ideas que comúnmente se difunden sobre la P.A.C., a la que se considera una política sin demasiado sentido y costosa para el contribuyente, la realidad es que la P.A.C. tuvo y sigue teniendo una razón de ser, dado que: Articula un sector estratégico y único, es la piedra angular de la integración europea y es la política más común de la UE, mantiene el territorio rural vivo, generando vida, riqueza y bienestar, garantiza la seguridad alimentaria y la protección del medio ambiente.
Esto ha sido un poco de historia y como son y han sido las cosas, sin embargo a mí me gusta explicar el fenómeno de la P.A.C., más con argumentos diríamos de tertulia de bar, como en realidad es lo que tenemos hoy, y preguntar a mis compinches de farra la siguiente cuestión.
Si yo, que soy un agricultor productor de trigo, me comparo con un argentino, indio, ucraniano o iraní por poner un ejemplo de cada continente de los mayores productores de trigo del mundo. La cuestión es la siguiente; yo tengo la obligación de reciclar los neumáticos, envases de productos químicos, aceites y pagar por ello, el resto de mis colegas agricultores NO.
Yo pago unos impuestos por mi actividad, además de un IBI, tasas de agua, tasas de vehículos, seguridad social y otros múltiples tributos. Para soportar, como no puede ser de otra manera, el estado de bienestar, mis colegas NO, o tienen una carga impositiva considerablemente inferior.
Yo debo utilizar productos químicos de última generación, que respeten el medio ambiente y que por tanto son carísimos, mis colegas NO, o utilizan químicos sin apenas restricción.
Yo tengo prohibido la utilización de semillas transgénicas, mis colegas NO.
Los costes de energía, de personal, de maquinaria son considerablemente superiores a ellos, ya que en Europa, están desmesuradamente grabados con impuestos, estrategias empresariales de precios y tasas. Para mis colegas estos costes son considerablemente inferiores.
En estas condiciones ¿es justo pretender, que cuando vayamos al mercado a vender una tonelada de trigo, su precio y el mío deben ser iguales? Creo que si buscamos una sociedad, que mantenga el estado de bienestar, que potencie el cuidado del medio ambiente y el respeto animal, que nos ofrezca una garantía alimentaria, yo no puedo cobrar lo mismo.
Volviendo a nuestra tertulia, es que me caliento y pierdo el oremus. En ese año ya se empezaba a vislumbrar lo que luego sería la madre de todas las crisis en agricultura, precios de los insumos muy altos, acompañados con precios muy bajos en los productos finales. Aunque veníamos de una serie de años de relativa bonanza y el sector financieramente se encontraba estable.
Sin embargo haciendo bueno el refrán; …no hay animal más fiero, que un agricultor con dinero…, muchos se habían equipado con una maquinaria y unos tractores absolutamente sobredimensionados, y se estableció una brutal competencia, pagando alquileres de fincas desorbitados y compra de tierras fuera de toda lógica económica, se estaban dando las condiciones ideales para la formación de la tormenta perfecta que luego llego, con estos mimbres solo se puede esperar un resultado, llantos y desesperación por la leche derramada.
De lo mucho que allí se dijo, no me acuerdo exactamente, pero sirvió para que ciertas personas se tomaran en serio la cuestión e iniciáramos entre todos, un estudio riguroso de la situación de la agricultura, se buscaran posibles soluciones y se prepararan varias reuniones con industrias afines, administraciones y organizaciones del sector. Quizá lo más interesante, mejorando lo anterior, es que nos obligamos, lo que no nos costó mucho, a volver a quedar en Husillos en fecha parecida a la actual cada tres años, para ir viendo el progreso que se tenía en este asunto, y así lo hicimos.
Pensamos y con bastante acierto, que si hacíamos un buen análisis de la situación del sector tanto localmente, como globalmente y con unas ciertas ideas de prospectiva de mercados, podríamos proponer algunas ideas que relanzaran el sector a medio plazo, si de verdad llegaba la crisis que augurábamos algunos. Estas conclusiones y estudios los relataremos en entradas posteriores.